Autor: Antonio Bonilla
Intra-arquitectura es la arquitectura que caracteriza a la intrahistoria.
Según define la Real Academia Española, intrahistoria es una “voz introducida por Miguel de Unamuno para referirse a la vida tradicional, que sirve de «decorado» a la historia más visible”.
Este escritor comparaba la historia oficial con los titulares de prensa, en oposición a la intrahistoria como todo aquello que ocurría pero no publicaban los periódicos. De esta forma, hace referencia a una serie de acontecimientos reales ajenos a libros de historia y únicamente ratificados por todo aquel que los sufrió en el anonimato. Por ende, y dada la clase social de la que provenían la mayoría de aquellos, se ha utilizado también en relación con esas clases más bajas y poco pudientes de la sociedad. Los sucesos de la intrahistoria son sucesos ignotos que se caracterizan por definir a una comunidad, señalando los rasgos más congénitos e instintivos de la misma.
De la fusión análoga que produce la unión de la intrahistoria con la arquitectura nace el concepto de la intra-arquitectura, no siendo esta una “arquitectura producto”, sino una “arquitectura herramienta”. Herramienta para potenciar y mejorar las condiciones de vida de todo aquel que la habite. En otras palabras, el verdadero destino de la Arquitectura es mejorar la vida del ser humano, y que este se desarrolle en una espacialidad cuyo hálito que ha de saber visionar los innumerables factores que tensionan su vida y cómo estos van a ir transformándose inducidos por la temporalidad sea el impulso de su día a día. Conseguir que los habitantes que pueblan este espacio desarrollen operaciones conjuntas, casi por inercia, que inunden de riqueza colectiva a sus cohabitantes, cuidando y preservando el bienestar propio y ajeno. En definitiva, la arquitectura es el instrumento que nos acerca a un individuo que nada de forma segura entre la felicidad y el desarrollo, coinquilino de una ciudad alejada de ser un monstruo alimentado por el trabajo estéril y la ambición individual. Una ciudad que se aleje de la creación de necesidades banales y fortalezca los verdaderos valores en los que queremos que se asiente nuestra sociedad, alejándose de la creación de necesidades someras. Esta arquitectura, citando a Alejandro de la Sota, debería:
“Conseguir volver la arquitectura y las artes a su sentido humano. El hombre sirviéndose de la máquina, no esclavizado a ella. En posición antagónica al maquinismo
y la deshumanización del arte.
Conseguir una coordinación unitaria de las bellas artes presididas por la arquitectura y en contraposición al desmembramiento y anarquía de las artes plásticas y los valores humanos.
Conseguir una humilde y sincera estética basada en la variedad de la expresión, en contraposición al funcionalismo y el organicismo apriorísticos, falsos y fatuos.”
Escritos, conversaciones, conferencias, Alejandro de la Sota
La intra-arquitectura profundiza y hace preguntas. Preguntas sobre cuáles son los valores que realmente queremos seguir, dónde debemos apoyarnos y cuáles son aquellos que debemos resaltar, poniendo en constante crisis el sistema de valores en el que asentamos nuestras formas de vida. Por ende, la arquitectura debe actualizar los grandes avances y logros en materia sociológica, testearlos y conseguir una arquitectura de valores, que no de valor.
¿Cuál es la esencia del habitar?, ¿cuál es la esencia de la vida?, ¿cuáles son nuestras necesidades innatas? Quizás debamos partir de estas premisas para llegar a comprender qué rumbo dar a la misma arquitectura o cuál es su sentido primitivo. Esta no debe ser entendida sólo como configuraciones espaciales de carácter funcional que sirven para ser habitadas. Hay mucho más de fondo. La arquitectura ha de plantearse como un conjunto de sistemas simbólicos que responden a formas de organización social y valores culturales determinados. Pudiendo ser de igual modo antes arquitectura como sociedad, dependiendo de la dirección del objetivo que se quier a conseguir.
Imperando la intrahistoria.
Imperando, lógica y necesariamente, lo local frente a lo global.
Esta reflexión contiene intrínsecamente un carácter, como ya se ha introducido en párrafos anteriores, semiótico. Y este, a su vez, está ligado a la cultura y los axiomas sociales de la colectividad. Pero si lo local predomina para el concepto arquitectónico y hacemos esta distinción entre sociedades, debemos perfilar aún más y llegar hasta la unidad fundamental de la propia sociedad, hasta esa célula indivisible y distinta, hasta el individuo.
Cada individuo posee su propia esencia, sus propios latidos vitales, sus propia forma de interpretar las circunstancias que lo rodean. Cada una de esas células tiene sus propias sensaciones. Si estas sensaciones se reducen a su expresión más simple e intuitiva, encontramos la experiencia más global. A la que se ha llegado necesariamente a través de lo local. Si la arquitectura desea responder a las preguntas que antes nos hicimos, entonces, debe responder necesariamente a estas sensaciones humanas y frágiles.
“…recuerdo cuánto decía Leonardo sobre la necesidad de tener en cuenta la niebla, lo lóbrego, el alba, la baba, la lluvia, el clima ingrato, el calor y las nubes, los olores, el hedor y las fragancias, el polvo, la sombra y la transparencia, los espesores suaves y casi sudados, las evanescencias fugaces. Ahora, la arquitectura está preparada para captar tales valores.”
Después de 5000 años, la Revolución, Bruno Zevi
De forma axiomática, podemos decir que la arquitectura está erigida sobre dos tipos de material: aquello que es aire y aquello que no lo es. La clave es saber mezclar bien ambos elementos para conseguir transmitir y plasmar lo que existe en nuestra imaginación.
La manera en la que se nos muestra el aire es el vacío. La herramienta que posee el arquitecto para percibir el vacío es su oído, porque es este el que nos ayudará a disfrutarlo, el que descubre lo grandioso o lo íntimo de su espacialidad, sus ecos y sus esquinas.
La manera en la que se nos muestra aquello que no es aire es la materia, pudiendo percibirla a través del tacto, porque únicamente con él se aprecia la temperatura, el grado de rugosidad de su superficie o su fino espesor. El arquitecto debe saber manejar “los ojos de la piel” permitiéndome emular el título de la obra de Juhani Pallasmaa, para llegar a controlar este segundo material.
Pero realmente y en definitiva, el arquitecto debe ser hábil en controlar la relación de ambas arquitecturas, entre las diferentes sensaciones que experimenta el habitante y cociudadano para conseguir el bienestar del individuo, en primera instancia, y de la sociedad.
Ese, y no otro, es el destino final de la arquitectura.
Antonio Bonilla
[Estudiante LAE (2013/14)_ETSA Sevilla]
Referencias Bibliográficas
de la Sota, Alejandro. «Escritos, conversaciones, conferencias», Gustavo Gili, Barcelona, 2002.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española (22.a ed.).
Zevi, B. «Después de 5000 años, la Revolución». Rev. Lotus nº104, 2000.